Amanecer como el Sol, como los pájaros y las plantas es un auténtico lujo. En la medida de lo posible, cada día presto atención a este mágico momento.
De la más completa oscuridad, surge un reflejo azul intenso en los cristales de la ventana. En el más absoluto silencio, se eleva un murmullo procedente quizá de los aparatos eléctricos.
Respiro conscientemente, mientras los pensamientos atraviesan mi cabeza, intento no hacerles caso. Cierro los ojos y respiro, sin interceder, sólo observo la respiración. Sin darme cuenta, han desaparecido los pensamientos y siento como si mi cuerpo estuviese dormido. Oigo el canto de los pájaros, mientras intuyo que está amaneciendo. Una sensación de calor nace en las palmas de mis manos y se eleva, abrazando cada molécula de mi cuerpo.
Lentamente desciende el volumen de la melodía de los pájaros y con él van desapareciendo las sensaciones. Queda una especie de hormigueo que me hace sentir ligera y pesada a un tiempo. Despacito se despierta cada parte de mi cuerpo, primero los pies, la cara, la espalda y el resto. Lo último que se mueven son las manos, aún calientes. Antes de abrir los ojos, respiro conscientemente y pienso en la luz que encontraré al abrirlos. Al tiempo que lo visualizo en mi mente, abro los ojos con una sonrisa. Ha nacido un nuevo día.
No me espera, el sol sigue su rutina y los pájaros ya están en sus quehaceres. La vida en movimiento me motiva para poner en marcha mi propia vida. Ya desperté hace horas, al menos eso creía. Ahora sí me siento despierta y llena de energía. Dispuesta a darlo todo en este maravilloso nuevo día.
¡Feliz Día Nuevo!